
Perú
más que una gastronomía, una ceremonia
En todas y cada una de las cocinas de Perú, cada ingrediente se cocina en un fogón que arde constantemente. Los aromas que se elevan, las texturas que nacen y los colores que surgen de cada elaboración desencadenan platos que no son más que el resultado de una mixtura cultural que Perú ha acogido en cada receta. Así, cada bocado se convierte en una experiencia casi antropológica.
La gastronomía peruana es, en sí misma, un acto de memoria. Cada uno de los ingredientes y técnicas son la pieza que hoy une siglos de tradición. Ningún plato marca mejor este camino hacia la más pura esencia de la cocina del Perú como el ceviche, una elaboración que se entrega sin concesiones al sabor cítrico que, en consonancia con el ají amarillo y el cilantro, consigue despertar cada uno de los sentidos del comensal.
La papa y el maíz han sido el sustento de cada civilización que ha habitado las tierras donde hoy se asienta el Perú. Dos elementos que se convierten en narrativa viva en cada plato en el cual son protagonista o acompañante. Pero hablar de la gastronomía peruana es hacerlo también de la pachamanca, carne condimentada con ají que se asa entre piedras caldeadas o en un agujero abierto en la tierra, hoy declarada Patrimonio Cultural de la Nación y cuyo sabor es una conexión directa con la naturaleza y la experiencia viva que transmiten los ancestros.
Una fusión de ritos que convierte a Perú en uno de los epicentros gastronómicos del planeta. Un país que, a lo largo de su geografía, cuenta con restaurantes únicos y chefs de reconocida fama que convierten cada plato, cada propuesta, en una puesta en escena especialmente dedicada a los cinco sentidos.
Un viaje de sabor
Entre aromas a cítrico y sabores de puro ají, se encuentran santuarios en los que el tiempo parece haberse detenido entre pinceladas sápidas. Lugares que son testigos inmutables de un arte, el culinario, que trasciende el más noble arte del simple comer. Aquí, en el Perú, la tierra donde el sol de los incas brilla de forma infinita, cada chef ha elevado la cocina a un escenario artístico incomparable.
Lugares como el Restaurante Central, en Lima, son el hogar de las armonías que se han fusionado a lo largo de los siglos entre disciplinas artístícas hoy traducidas por Virgilio Martínez a un mapa de experiencias profundas. En Maido, a cuyos mandos se encuentra Mitsuharu Tsumura, uno puede encontrar el puente entre dos mundos: el Perú milenario y el Antiguo Japón. Un vínculo que se ha convertido en el equilibrio perfecto entre la precisión nipona y la exuberancia peruana.
Si de las entrañas de la ciudad de Lima emergiera una voz, sonaría quizá como una mezcla casi perfecta entre el rasgueo de una guitarra criolla y el tenue rumor de la espuma de un pisco sour mientras batalla en la superficie de un vaso de cristal. Así es la cocina de Gastón Acurio y Astrid Gutsche: un canto a la tradición que no teme a la constante reinvención. Y en toda esta mezcla encontramos Kjolle, un espacio donde los ingredientes que definen la cocina peruana definen el futuro con una presentación creativa y sofisticada. Un devenir, el de la historia de la gastronomía de un país que reescribe año a año un nuevo capítulo para entender su trayecto culinario.
Es momento de enfrentarse al epílogo de una cena donde el pisco es el cierre perfecto. Un licor en el que se halla inmersa la esencia y significados de un país que ha hecho de su cocina un arte. Y de su arte, un legado inmortal. Porque en el Perú, la gastronomía no solo es un festín para los sentidos, sino un canto emocionado a la memoria, una historia que se cuenta sintiendo el alma de cada plato.