En el corazón del Oceáno índico aparece un archipiélago que parece suspendido en el ensueño: Zanzíbar.
Esta isla africana se nos presenta como un lienzo de arena nacarada y aguas cristalinas aturquesadas. El lenguaje de Zanzíbar nos lleva a una poesía con la naturaleza, con la fuerza de los colores que sucumben y se enredan entre el polepole de la isla, una forma de expresar lo esencial de la vida: la prisa inexistente y la relajación y el disfrute como oración.
Zanzíbar nos embarca en un viaje con influencias árabes, indias y africanas, convirtiendo su historia en un capítulo ostensible. Sus relatos planean sobre las calles y puertas de madera talladas de Stone Town, una huella Patrimonio de la Humanidad que poder explorar mediante recorridos privados que desvelen el epílogo.
Su carácter disoluto nos envuelve consiguiendo contagiarnos de su luz, su aire impregnado de canela y sus rincones de bancos de arena idílicos y santuarios de tortugas. Más que un paraíso tropical Zanzíbar se presenta como casi algo ilusorio, ofreciendo una intimidad que pocos destinos pueden igualar. Alojamientos situados en playas privadas, rodeados de selvas esmeralda y piscinas infinitas que se funden con el cielo entre el murmullo de las olas, elevan la experiencia a una estética poética.
El mar comparte una tonalidad que pocas aguas pueden corresponder. Su color azul oculta varios secretos para explorar y realza la naturaleza viva que esconde y que resulta como una danza abierta entre peces y la incidencia de los rayos del sol entre las gotas.
Zanzíbar es ese sueño extendido hecho real donde se redefine cada concepto del detalle, y donde la belleza sin artificios recoge un recuerdo que perpetúa para siempre.